El rutómetro

Súper Mundial

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El podio del Mundial de ciclismo 2022.

Por primera vez en la historia de este lustroso deporte se concentran todas las disciplinas en un único Mundial. Sabemos que la televisión manda. Creo que la experiencia será exitosa desde el punto de vista mediático; por consiguiente, cabe suponer que los ingresos televisivos se redoblarán. De lo contrario, serán las cuentas de resultados de las federaciones nacionales quienes se resentirán; sobre todo, a sabiendas de que, en próximas ediciones, las ciudades anfitrionas serán la “económica” Zurich (2024), la aventurada Kigali en Ruanda (2025), Montreal (2026), la Alta Saboya (2027) y Abu Dhabi en el 2028. Todas ellas, una perita en dulce.

Es este un Mundial diferente al disputarse después del Tour y antes de la Vuelta. Una novedad. Habitualmente, la ronda española precedía a la cita mundialista. Este año no será así, lo que supondrá que más de un profesional concluirá su temporada en las calles de Glasgow.

La ciudad escocesa recibe a los mejores ciclistas del momento, con matices. La excepción más sonada es la de Jonas Vingegaard, que sigue descansando después de su triunfo en el pasado Tour, a la espera de su próxima participación en La Vuelta. Lo de los matices tiene fácil explicación.

Nos enfrentamos a un circuito que en sí mismo es toda una clásica. 271 kilómetros, de los cuales, más de ciento cuarenta se desarrollan en las calles de Glasgow, con infinidad de curvas y contracurvas y un único ligero repecho ― de apenas treinta segundos de esfuerzo máximo ― que obligará al pelotón a resistir látigos y mantenerse en constante concentración, con la previsión que la carrera se decida en la última vuelta de las diez previstas.

El Mundial en modo Clásica

El maillot arco iris lo gana el mejor ciclista del día. Aquel que se ha preparado a conciencia para llegar a la cita en el punto de forma álgido y sobresaliente y, en años como el presente, que cuenta con esa dosis de suerte extraordinaria y fundamental para alcanzar la gloria.

Un suerte trascendental que comienza por un excelente trabajo en equipo. La importancia que los componentes de la selección de turno trabajen coordinadamente y con un objetivo claro, pautado y selectivo. En carreras como la del circuito de Glasgow se hacen más determinantes que nunca.

El campeón del mundo clásico podía salir de una escapada apropiada para una etapa reina de cualquier gran vuelta. El campeón del mundo moderno no nace de este tipo de situaciones. El diseño de la carrera obliga a hacer más cosas y preparar decisiones diferentes. Exige un cálculo que va más allá del esfuerzo individual, siempre necesario por otro lado, pero no exclusivo.

Quizá así se comprenda mejor la lista que ha confeccionado el seleccionador nacional, Pascual Momparler. Ocho ciclistas escogidos para una misión harta complicada. España nunca ha sido una nación de clasicómanos. La afición, que es de donde salen los patrocinadores, solo reconoce a los escaladores. Para que un rodador alcance el justo reconocimiento que en otros países se le da, ni siquiera ganando tres mundiales le es suficiente. Para muestra, Óscar Freire.

Corredores como Tom Boonen, Fabio Cancellera, Johann Museeuw, Bettini o el histórico Francesco Moser son verdaderas leyendas en sus países, algunos con menos méritos que el cántabro Freire. Es una cuestión de cultura y concepto. En detrimento del ciclista español habría que añadir que el carisma ayuda a macerar los éxitos pasados.

Un ratonera con el arco iris de fondo

Una ratonera con sus respectivos látigos en el argot ciclista es lo que nos aguarda este 6 de agosto. Si la bruma y la fina lluvia escocesa hacen acto de presencia, con un firme que, por mucho cuidado que haya puesto la organización, siempre retendrá algo de la grasa del tráfico cotidiano, pueden acabar convirtiendo la competición en una auténtica batalla campal, con los chasquidos de máquinas, múltiples caídas y alguien que grita desesperado “sálvese quien pueda”, entre codazos, choque de manillares y afiladores. Con un único objetivo, llegar y salir ileso de la última curva, la que desemboca en el arco iris de Georghe Square.

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